La
vida es un hashtag. No ya un frenesí,
una ilusión, una sombra, una ficción, un sueño… Ni siquiera una tómbola ni un
regalo ni una mierda… Todo eso, con mayor o menor contenido, con más nobleza o
con más grosería, era un algo que se contaba y se escuchaba contar. Algo que
podía compartirse en un momento dado y hacerlo incluso en carne y hueso. Hoy,
en cambio, la vida es una etiqueta.
No
aspiramos a mucho más. No hay largos plazos ni horizontes lejanos. Nos es
suficiente con el hallazgo de un título que resuma todo un tema, que genere un
hilo o que se reproduzca sin más miramientos hasta convertirse en tendencia.
Eso significa el triunfo. Atrás quedó el teatro y la fabulación, atrás quedaron
la cortesía o la rabia que se expresaban con palabras tendidas, atrás quedaron
conversaciones y cartas, atrás quedó así mismo, en este mundo digital, el
correo electrónico o los muros exhibicionistas. Ésa es, seguramente, la nueva
vereda por la que discurren mansas las ovejas eléctricas con las que sueñan los
androides. Los de Roy Batty y Rick Deckard aparte, sabrá cada cual qué papel en
la novela de Philip K. Dick le corresponde. Y pensemos, de paso, si es posible
sintetizar ésta u otra obra similar en uno de esos dichosos hashtag.
Porque
ése es el lado oscuro de la escritura moderna: la no lectura. O su reducción a
la misma medida de las etiquetas y sus hilos. Como mucho sus hilos, porque a
veces ni eso: según últimas estadísticas disponibles, el 38,2% de españoles y
españolas confiesa no leer nunca o casi nunca. Esto por lo que se refiere a los
libros, porque si atendemos a las cifras sobre lectura de prensa escrita,
descubriremos que son similares a las de 1980: un 26’7% lo hacía entonces, un
26’5% lo hace hoy. Es más, regresando a los libros y a su materia: solamente un
13’7% se detiene en el ensayo. Habrá otras expresiones de ello sin duda, pero
ésta es una de las más dramáticas de nuestro ser nacional. Que tampoco difiere
mucho de los países que llaman de nuestro entorno.
Publicado en La Nueva Crónica, 21 abril 2019
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