A nadie puede extrañar, pues, que esas cositas menores, que además soportan el estigma de la gratuidad, es decir, de la gorra, se aparten o se ignoren en este marasmo social y económico al que estamos condenados. Con retraso e insuficientes, todo hay que decirlo, el Gobierno aprobó a principio de este mes ayudas al sector por importe de 76’4 millones de euros, que ha complementado con otros 7 millones el pasado día 19 de mayo. También el Consejero de Cultura de Castilla y León había anunciado un mes antes un plan de reactivación de la cultura (¡ojo!: más deporte y turismo) con otros 8’5 millones de euros, de los cuales 4’3 fueron dispuestos por el Consejo de Gobierno el 21 de mayo. Bien está aunque tarde lleguen y ya se verá como se aplican. Pero también hay que señalar que el desatasco de los fondos estatales llegó precisamente después de una reunión a varias bandas en la que participó, como pieza clave, la Ministra de Hacienda, quien mereció el crédito que había perdido por el camino su compañero de gabinete Rodríguez Uribes. No ocurrió así en Castilla y León, donde los consejeros de Empleo e Industria y de Economía y Hacienda no han comparecido, lo que demuestra que es Javier Ortega quien lidia esta faena en solitario.
Esto es muy importante: mientras los respectivos departamentos de hacienda, de economía, de industria y de empleo no conozcan las interioridades del trabajo en materia cultural no habrá solución real. Porque, para bien o para mal, aparte del trabajo puramente informal que es mucho y notable, se trata de una actividad que se escapa de todos los moldes del llamado aparato productivo. Lo cual no quiere decir que no contribuya a nuestra riqueza material, no hablemos de otra, pues la cultura en términos estrictos, de acuerdo con el Anuario de Estadísticas Culturales el año 2018, aportó un 3’3% al PIB nacional, un peso similar al de agricultura, ganadería y pesca, para hacernos una mejor idea.
No es fácil aventurar el porvenir. La nueva edad histórica que parece casi confirmada se construye a través de la pugna entre patrones caducos y nuevas audacias. También en los proyectos para la reconstrucción estatal y autonómica entrarán en juego estas dos tendencias, alguna de ellas exacerbada por el unto del gen nacional. Sea como fuere, bueno será, necesario será, atender al peso de la cultura en los nuevos tiempos si los queremos con luz. Desde un punto de vista amplio, no se habrá de ignorar lo que bien señala Jen Snowball, profesora de la Rhodes University (Sudáfrica): “los objetivos del desarrollo sostenible deben tener en cuenta el contexto cultural en el que todo sucede”. Así mismo, la Estrategia Europa 2020, que debía de haber sido un punto de llegada para la recuperación definitiva tras la gran crisis precedente, indicaba que la cultura contribuye también al crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Por último, con palabras más que indispensables en medio del ruido, Nela Filimon, profesora del Departamento de Economía de la Universidad de Girona, nos recuerda que “la cultura y el ocio contribuyen a nuestra felicidad y muchas de esas experiencias preferimos compartirlas con otros”, una consideración que va mucho más allá del idolatrado PIB. Por tal motivo urge que en ello se comprometan no sólo los departamentos del ramo, sino que, como hemos indicado más arriba, sean también los de empleo, los de industria, los de economía y los de hacienda, por lo menos, los que se sumen en primera línea a esa apuesta.
Publicado en El Día de Valladolid, 31 mayo 2020
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