Fue
Miguel Escanciano quien nos advirtió de que abril era un mes poblado de
banderas: “banderas de abril llenan de colores el cielo”, cantaba él allá por
1985. Y, en efecto, mucho antes de esa fecha, un 14 de abril de 1931 enseñas
tricolores ondearon para celebrar la libertad ganada en un país todavía feudal.
Naturalmente, poco tardaron las fuerzas contrarias en cristianizar esa
referencia pagana, y quizá no fuera casualidad que su guerra civil se diera por
terminada el 1 de abril de 1939 para vestir ese mes de rojo y de gualda. Se
sucedieron años y años y años, decían que de paz, hasta que un 25 de abril de
1974 banderas rojiverdes mezcladas con claveles conquistaron las ciudades
portuguesas, ahí al lado, y aquel símbolo salvó fronteras y alimentó de nuevo
las esperanzas. Era también Escanciano el que cantaba, con letra de Antonio
Pereira: “No te creas si te dicen, mi amor, que Portugal es pobre, que no”. Lo
cual que por aquellos tiempos y sobre todo algún año después, hasta las campas
comuneras de Villalar, siguiendo antiguos pendones, llegaron los 23 de abril
estandartes castellanos primero y de Castilla y León algo más tarde, hasta
hacer de la cita la pretendida referencia regional por excelencia. Claro que
los no identificados con ese espíritu buscaron y encontraron, de forma harto
discutible, la ocasión para pasear su bandera carmesí justo al día siguiente,
el 24 de abril, conmemorando, cuentan, un supuesto levantamiento leonés contra
Napoleón. Y, sin agotar el catálogo, no olvidemos tampoco que por San Jorge, de
nuevo el 23 de abril, se airean divisas de todo tipo, especialmente las
cuatribarradas, con motivo de la onomástica, y que con toda seguridad ikurriñas
se izarán el día 26 para honrar la memoria de la ciudad de Guernica,
acribillada tal día de 1937. En fin, un mes de color que supera sus propios
límites, como la primavera, para desembocar en las rojas banderas del primero
de mayo.
Publicado en La Crónica de León, 19 abril 2013
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