(Ha fallecido Norberto, el fotógrafo del Diario de León, el compañero y el amigo. Con este motivo, subimos al blog el texto que se leyó en el Ayuntamiento de Valdefresno el día de su boda con Ana, el 3 de enero de 2004)
Esta casa consistorial, este Ayuntamiento de
Valdefresno, esta sala de plenos habitualmente triste y aburrida como un
expediente burocrático, donde apenas si se encienden de vez en cuando la
calefacción o las luces, donde raramente se abren las ventanas y se ventila,
donde las gentes de la Sobarriba o en tránsito apenas se atreven a entrar, este
lugar no es hoy este lugar. Por fortuna.
Tampoco contraen hoy matrimonio un hombre y una
mujer, un tal Norberto y una tal Ana, ni ambos se dedican al arte de la
fotografía. Casualmente, son dos individuos que residen en un rincón de esta
comarca los que comparecen aquí, pero no son ellos los que todos conocemos ni
nosotros asistimos a la ceremonia de su boda. No es así, no.
Y alrededor nuestro ni mucho menos se secan los
negrillos, ni hay un feo muro de vergüenza entorno -por más que pequeñito e
inacabado-, ni siquiera hiela casi en invierno y las aves rapaces no comen
plásticos ni se estrangulan con los restos de látex que se desparraman por los
campos como testimonio de amores furtivos. No es 2004, no es enero, no es
sábado.
Por el contrario, a través de este rito libre
desafiamos la ley y participamos juntos, cada cual con el papel que
corresponde, en la mayor gesta a la que los seres humanos podemos
enfrentarnos. En el principio, se
nos prohibió comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir, del
árbol de la vida, así que en cada ocasión en que dos seres muerden al alimón
esa manzana dulce y jugosa, retornamos al paraíso del que fuimos arrojados para
no ser dioses. Es el amor el que nos acerca a la divinidad y nos hace únicos e
irrepetibles criaturas humanas, dueñas de un destino que se aleja del creador
para crear por sí mismas.
Por eso nos sobra toda referencia espacial o
temporal, toda onomástica y toda toponimia, todo el envoltorio del rito. Y lo
que cabe es sólo solazarse en el significado verdadero de esta liturgia civil,
que nos convoca y nos proyecta hacia el origen de cuanto somos: barro y
costilla, costilla y barro -tanto monta- sobre cuyo ejercicio de libertad se
construye a partir de este instante el mundo. Se llamará Sobarriba, se llamarán
Ana y Norberto, será enero de 2004, y nosotros asistiremos orgullosos y
dichosos a la recreación del mito.
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