La
Real Academia Española de la Lengua acaba de acomodar en su sillón B a la
profesora Aurora Egido Martínez. Aparte de sus méritos académicos evidentes,
destacan las crónicas que es la séptima mujer que entra en la RAE, pero a
nosotros nos interesa más señalar que es la segunda persona que desemboca en la
Academia habiendo pisado, siquiera levemente, los pasillos de la Universidad de
León. En efecto, sigue así la estela de Salvador Gutiérrez Ordóñez, mucho más
aposentado en el campus de Vegazana que ella, cuya estancia en las aulas
leonesas se limitó a un único curso.
Corrían
los primeros años de la década de los ochenta cuando la Universidad de León era
todavía poquita cosa y en el campus convivían en sano equilibrio alumnado,
paseantes y vacas pastando. A la Facultad de Filosofía y Letras llegó,
discreta, con su cátedra a cuestas como si tal cosa y en tránsito hacia el
destino final en Zaragoza, esta experta en la literatura del Siglo de Oro.
Ignoro el recuerdo que ella puede guardar de aquel pasaje fugaz, pero quienes
tuvimos la fortuna de ser sus alumnos conservamos de ella la memoria de lo
magistral en el sentido más exaltado del término. Era asombroso su saber, así
que cabe preguntarse qué no será ahora, treinta años después. Los recovecos de
sus disertaciones no tenían fin; no importaba a cual de ellos se entregara para
hablarnos por ejemplo de El gran teatro del mundo, el caso es que todos acababan siendo arrebatadores. No merecía la
pena tomar apuntes, aunque hubiera quien lo hiciese para común aprovechamiento,
la clave residía en la escucha atenta: cada expresión suya, cada comentario, el
tono de sus explicaciones, todo era tan convincente y apasionado que no había
desperdicio. Tomar apuntes parecía un sacrilegio.
Pero
ocurrió por entonces (no acabo de recordar si de un modo totalmente simultáneo)
que en los mismos pasillos y en las mismas aulas aterrizó también el famoso
divulgador Fernando Díaz Plaja, en este caso con un contrato de interinidad
para cumplir también con la enseñanza de las literaturas. La polémica estuvo
servida de inmediato y, como suele suceder por estas tierras, el papanatismo
desplegó todas sus herramientas. A muchos, demasiados diría yo, les pareció que
contar en el claustro con el autor de, entre otros muchos ensayos, El
español y los siete pecados capitales,
podía colaborar a que una universidad joven ganase presencia y conquistase
renombre. Qué error, qué grave error. No es que se estableciese una competencia
entre Egido y Díaz Plaja por una misma plaza, pues evidentemente no había lugar
ni se hubiese sostenido la pugna; fue sólo una cuestión de postura académica
local en pos del beneficio del honor externo y del escaparate. Fueron
abundantes las voces que se levantaron a favor de la continuidad del segundo,
que no obstante acabó yéndose igualmente, y pocas las que remaron a favor de la
primera, por más que su marcha estuviera prescrita. Ni uno ni otro iban a
permanecer, pero aquel episodio nos reveló a quienes éramos simples estudiantes
algunas características de lo leonés que resultan especialmente despreciables y
que explican en gran medida por qué estamos donde estamos.
Mas,
pasados los años, lo que merece la pena resaltar por encima de lo anecdótico, y
eso es lo que anima este escrito, es que en nuestros años de formación
universitaria sí contamos con importantes maestros y maestras, y esto es
preciso ponerlo de relieve especialmente en estos tiempos en que la universidad
española padece el azote de las políticas mediocres de nuestros gobiernos. Tal
vez no fueran numerosos y tampoco hace falta que todos lleguen a la Academia
para que se reconozcan sus valores, pero lo cierto es que sus enseñanzas nos
hicieron mejores y nos alejaron de la simpleza de nuestros orígenes y del
reinado de las apariencias. Por suerte, su ejercicio continúa sobrevolándonos
en la adversidad y tenemos que seguir agradeciéndoselo. Así entendemos por lo
menos las palabras de la académica Aurora Egido al asegurar que “las
Humanidades serán capaces de hacernos remontar las miserias que estamos
padeciendo”.
Publicado en Diario de León, 5 junio 2013
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