Pongamos
por caso la radiografía de las ciudades españolas recientemente publicada por
el diario Expansión. Se cuenta en él que el
Ayuntamiento de León ha experimentado un aumento de su deuda en un 164% desde
el año 2011, lo que sitúa a la ciudad en la posición previa a la antepenúltima
del país entre las de más de 50.000 habitantes. Por otro lado, en materia de
desempleo, la capital es la séptima que peores números registra, con un aumento
del 11% en la tasa de paro desde diciembre. Con los datos registrados en abril,
la cifra de personas paradas en la capital se acercaba a las 12.000.
Poco
nuevo se descubre en estos datos, la verdad. Nada que no tenga un reflejo
amargo en nuestras vidas corrientes, a pesar de que los debates preelectorales
apenas hayan abundado en ello salvo de forma más que genérica. Da la impresión
de que tampoco ahora, ni en la construcción de pactos ni en las arquitecturas
de gobierno municipal, se presta especial atención a estas cuestiones
sustanciales. Sin embargo, el mapa es tan dramático que bien debiera merecer
una actuación política novedosa y arriesgada. Lo mismo que reclaman otras
materias cuya solución requiere mucho más que imaginación y tiempo. Porque éste
es otro componente importante del panorama, la certeza de que para dar solución
a los grandes problemas ciudadanos se ha de requerir mucho más que una
legislatura y, por tanto, habrán de elaborarse políticas a medio y largo plazo
que comprometerán necesariamente a más de una corporación. Y, en fin, si tenemos
en cuenta también el férreo corsé establecido por las leyes locales del
ministro Montoro, o de todo el Gobierno actual en suma, concluiremos que la
capacidad de maniobra es escasa y que bien haríamos en sumar esfuerzos contra
ese destino gris escrito en hojas de cálculo insensibles.
Éstas
y otras consideraciones parecidas nos llevaron a proponer, hace ahora tres
años, un pacto de ciudad. La propuesta, hoy, sigue teniendo valor, como vemos,
y sigue siendo necesaria. Muy por encima incluso de la geometría derivada de
las últimas elecciones municipales y de esa fiebre pactista que en ocasiones
parece más bien una rifa. No nos referimos a gobiernos de concentración o cosa
parecida. No, que gobierne quien tenga que gobernar, pero que ese gobierno, en
asuntos fundamentales, se acomode a acuerdos que vinculen a todas las fuerzas
políticas, sociales o vecinales con un claro objetivo: que la ciudad abandone
el pozo en el que hoy está sumida.
Los
retos a los que se enfrenta el municipio son mayúsculos y afrontarlos con el
propósito de resolverlos requerirá algo más que aritmética electoral. Por eso
mismo será bueno ampliar el diámetro del compromiso incluso más allá de los
muros consistoriales. Es la ciudad en su conjunto la que debe asegurar ese
proceso de un modo participativo, guiando el paso de sus representantes
electos, a quienes corresponderá –y no es poco- la gestión más doméstica y
corriente de los asuntos comunes. Pero los grandes objetivos urbanísticos,
fiscales, sociales y culturales debieran ser causa de acuerdos más que
generales para garantizar el éxito. Así lo hemos comprobado en legislaturas
precedentes, cuando la acción parcial e interesada no ha hecho más que
postergar soluciones y agravar en muchos casos los problemas. La nueva imagen,
las nuevas caras y las nuevas ideas que han llegado ahora al Ayuntamiento son
motivo suficiente para pensar que ha llegado así mismo el momento.
El
empleo, como hemos señalado al principio, es uno de esos problemas. Todos los
grupos políticos lo han nombrado en campaña como una de sus intenciones
prioritarias. Bienvenida sea esa declaración. Pero, seamos realistas, el margen
de intervención desde este ámbito es limitado. Debe pasar, eso sí y en primer
lugar, por ordenar el empleo propio, para lo que no se nos ocurre mejor
herramienta que el impulso del Consejo Consultivo para la Mejora de los
Servicios Públicos Municipales, creado con acuerdo general en el mandato que
ahora concluye. Sobre todo porque ello redundará necesariamente en el
fortalecimiento de dichos servicios, que es otro de los desafíos inmediatos
irrenunciables, tal y como demandan nuestros ciudadanos y ciudadanas. Esa es la
base sobre la que construir otras iniciativas relacionadas con la materia.
Por
último, la ciudad necesita no sólo resolver el déficit heredado sino tratar de
proyectarse hacia el futuro. En tal sentido, hora es de que entremos de una vez
en el siglo XXI. Poco nos resolvió en el pasado el León Real o la Cuna del Parlamentarismo; como poco nos resolverán las referencias a ese
discutido cáliz que ahora se coloca en el escaparate de la imagen local. No se
trata de que cada gobierno municipal invente un nuevo tótem, por lo general
apolillado y fácilmente sustituible, sino de progresar de acuerdo con los
tiempos que vivimos. Desde luego, éstos no pasan sólo por las piedras muertas,
cuyo valor es el que es y reconocemos; más bien necesitamos con urgencia saber
que nuestra ciudad habita en el porvenir y no en la eterna nostalgia.
Publicado en Diario de León, 4 junio 2015
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