Superada
la tómbola electoral y en pleno rastro postelectoral, la vida corriente vuelve
poco a poco a su ser. A su levedad del ser.
Coincidiendo
todavía con las últimas fechas de la rifa, se conocieron ya algunas evidencias
nuevas de ese ser nuestro de cada día; y su fluir ha continuado con la cadencia
habitual del martirio, acentuado aún más, naturalmente, por el contraste con
las ilusiones vanas de ciertos discursos pueriles en pos del voto. Véanse las
muestras.
Dijo
primero la OCDE, organización nada sospechosa de radicalismo de izquierdas, que
la crisis ha disparado la desigualdad en España entre pobres y ricos a un nivel
récord, de tal modo que el 10% de los españoles menos favorecidos perdieron un 13% anual de sus ingresos entre 2007 y 2011, mientras
el 10% de los que más tenían solo perdieron un 1,5% anual de sus ganancias.
Como causas concretas de ello se citaba la equivocada consolidación fiscal, el
incremento del empleo temporal o las diferencias salariales entre hombres y
mujeres.
A continuación un informe sindical nos recordó
otra cara dramática de esa desigualdad, la que nos descubre 771.000 hogares sin
ingresos laborales en estos momentos, 40.000 más que a finales del año pasado.
En ellos viven 1.600.000 personas, 330.000 de ellas niños o niñas. En paralelo
se señalaba que la renta del 10% más rico de la población española fue 9’8
veces mayor que la obtenida por el 10% más pobre.
Por último, el INE, es decir, un organismo
gubernamental, nos confirmó que en España el 35% de los menores de 16 años se
encuentra en riesgo de pobreza y que los hogares que no pueden afrontar gastos
imprevistos escalan al 42’4%, su porcentaje más alto desde 2004. La encuesta revelaba también que el 16’1% de los hogares
llegaba a final de mes con "mucha dificultad".
Es la vida corriente. Y molinete, por supuesto:
pregunten, si no les parece suficiente, por las dosis de suero glucosado con
que cuentan los centros de salud de esta ciudad y luego crucen los dedos por si
acaso.
Publicado en La Nueva Crónica, 2 junio 2015
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