Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 3 de marzo de 2024

Sanatorio

            Cuando mansamente se acude a una consulta médica en ese edificio que llaman ahora Centro de Especialidades de la Condesa, resulta inevitable recordar que aquello fue en un tiempo ambulatorio, una denominación perdida como tantas otras para aparentar modernidad. Como define la Academia, era aquél un establecimiento destinado a prestar asistencia médica y farmacéutica a enfermos que no se alojan en él. Y remite además, si lo pensamos, a la práctica de andar, es decir, que no estamos para que nos retiren cuando a ese lugar nos dirigimos.

 

            Del mismo modo, se perdió el término sanatorio, que sí era un establecimiento convenientemente dispuesto para la estancia de enfermos que necesitan someterse a tratamientos médicos, quirúrgicos o climatológicos, esto último cada vez más, me da la sensación. El caso es que hoy ya no se suelen denominar así, se prefirió el término hospital, que parece más amable por su familiaridad con hostal o con hospedaje, como si se fuese allí de vacaciones. Quizá para evitar confusiones, en la actualidad se opta por fórmulas menos comprensibles, como CAULE, que nadie sabe lo que es, pero que se refiere a Complejo Asistencial Universitario de León. En fin, unas siglas y una denominación más apropiadas a los templos de la tecno-ciencia, que es en realidad en lo que se han convertido nuestros hospitales o sanatorios. También es cierto que existía una segunda diferencia entre esos dos conceptos: el hospital era en origen un establecimiento de asistencia gratuita, mientras que el sanatorio era de pago.

 

            Los sanatorios, además del lenguaje y las costumbres, tuvieron otro enemigo poderoso: la especulación. Situados, por lo general, en el núcleo de las ciudades, la voracidad urbanística acabó por devorarlos. Es lo que ocurrió en nuestra ciudad con varios edificios notables que, como otros lugares emblemáticos, eran verdaderas señas de su identidad. Tanto como iglesias, casonas o edificios civiles insignes. Como se sabe, la enfermedad del ladrillo no tiene cura.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 3 marzo 2024

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