Se
mire como se mire, el binomio red e individuo es ya una pareja inseparable en
estos tiempos nuevos y salvajes (más nuevos y salvajes que los de aquellos
chicos Ilegales). Como otras tantas relaciones entre opuestos, sus pugnas se
acentuarán y generarán tensiones en la misma progresión que se nos irá
polarizando la vida, pero pervivirán y se complementarán porque esa dialéctica
será uno de los diálogos más sonoros en la edad poscontemporánea.
Anotemos
dos referencias autorizadas y complementarias para explicar algo en tal
sentido. De un lado, para Zygmunt Bauman la superindividualidad [de la
modernidad líquida] “crea miedos, desvalimientos, una capacidad empobrecida
para hacer frente a las adversidades”. De otro, es Vicente Verdú quien
considera que “no es posible concebir un futuro de
supervivencia sin cooperación, no hay progreso sin redes”.
Así pues, la queja que repetidamente escuchamos
sobre el profundo individualismo que nos invade, en oposición a otras épocas
caracterizadas en apariencia por un mayor compromiso social, tiene sus
contrapesos igual de poderosos en la colaboración. Es verdad que numerosos
elementos de esta sociedad aún embrionaria nos empujan al yo y al sálvese
quien pueda. Y es verdad también que en
numerosas expresiones la tecnología creciente que nos domina convierte en
onanistas muchos de nuestros comportamientos. Sin embargo, la progresión de esa
tendencia dispara simultáneamente la necesidad de establecer algún tipo de red,
ya sea virtual, ya sea tan física y presencial como nosotros mismos. Sobre las
primeras, qué decir si este mismo soporte y sus periféricos son una buena
muestra. Sobre las segundas, baste recordar los bancos de tiempo y de
alimentos, las organizaciones para el trueque o las desinteresadas adhesiones
en la donación de órganos. Incluso junto al creador individual y aislado crecen
los proyectos colectivos y las firmas compartidas. Y al lado del teletrabajador
en su burbuja, supuestamente decidida y no impuesta (que ya es suponer), se
impulsan así mismo las fórmulas del coworking y del crowdfounding, supongamos
también que en estado puro.
De ahí que si nos permitimos trasladar este
modelo dual al ámbito más ideológico podremos convenir en lo que bien explica
Carlos Carnicero Urabayen: “La exigencia ética de la protesta no debe
ocultar la necesidad de recurrir a la política para cambiar las cosas”. Es
decir, que la vivencia individual o en pandilla, típicas de la actual expresión
indignada, no puede dejar de lado el compromiso político. Por ese motivo, en
nuestra opinión, hay que estar dispuestos a
converger con cuantos tienen objetivos compatibles con los nuestros, tanto en
lo político como en lo social, sin complejos ni estrechas lecturas, y asumir
así el papel principal que hoy nos corresponde a todos, a solas o en red, que
no es otro que el de resistir y luchar hasta invertir la correlación de fuerzas
y vencer las políticas neoliberales que nos angustian la existencia.
Los
vericuetos de lo poscontemporáneo son insondables, como vemos, y conjugan casi
siempre haz y envés en una imagen jánica que es nuestra propia imagen. Por ese
mismo motivo, si hay un pensamiento único, habrá que llevarle la contraria casi
por imperativo categórico, y si hay quien profesa en el individualismo a
ultranza, habrá que recordarle que son cosas que nos nacieron de algunas
aberraciones hippies del siglo pasado, cuando se exaltaba la libertad
individual incluso por encima de los campos de flores, que eran colectivos.
Publicado en Tam-Tam Press, 19 mayo 2013
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