Fue
Valle Inclán el que, allá por el año 1920, se sirvió de la imagen de los
espejos cóncavos para referirse a este país: “Los héroes clásicos reflejados en
los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española
sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, le dice Max
Estrella a Don Latino en la escena duodécima de Luces de bohemia. Y lo que era así descrito casi un siglo atrás poco
parece haber evolucionado hasta la actualidad si nos atenemos a algunos
acontecimientos que definen la España del siglo XXI. Porque nuestra realidad no
es nítida ni mucho menos. Lo que vemos a través de los espejos es de nuevo “una
deformación grotesca de la civilización europea”, y basta un par de ejemplos para
comprobarlo. Ahora que andamos metidos en declaraciones de renta, es decir, en
la contribución equitativa mediante nuestros impuestos al bien común, resulta
que hemos sabido que es posible desgravar las pérdidas por el juego en casinos
o bingos, pero no así las indemnizaciones por despido individual pactado entre
trabajador y empresa si no se ha recurrido a conciliación ni a demanda
judicial. Y ahora también, cuando seguimos metidos en recortes insufribles como
los de la sanidad, descubrimos que el SACYL mantiene 41 capellanes en su
plantilla regional, lo que supone más de un millón anual en salarios; 30 si
contemplamos a todos los curas en prisiones, hospitales y cuarteles de España.
No cabe duda de que nuestra salud espiritual está mucho mejor atendida que la
salud física teniendo en cuenta los recortes generales en el personal
sanitario. En fin, lo cierto es que las muestras del esperpento nacional son
innumerables y no tiene pinta de que esto vaya a cambiar algún día. Sobre todo
si tomamos como referencia al Presidente Aznar, notable héroe clásico
deformado, quien afirmó que se había salvado del atentado terrorista porque
Dios lo había elegido para conducir al país adonde lo condujo.
Publicado en La Crónica de León, 3 mayo 2013
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