“Tiempos accidentados éstos donde hasta el clima cambia y
el interés del préstamos es menos que cero”. Son palabras de Vicente Verdú,
sobre quien volveremos, que convienen mejor que ningún otro lema para
introducir esta ansiedad por saber qué será de nosotros.
El juego de las adivinanzas no es nuevo, desde
luego. Ya anteriormente en esta serie nos entretuvimos con algunos signos
mágicos al respecto. Pero lo que atrae nuestra atención ahora es la vertiente
académica u oficial del fenómeno, que enseguida tiene eco en los medios de
comunicación y así hasta el delirio. No ocurrió tal hace décadas, corría el año
1970 y la globalidad era sólo un horizonte, cuando el Departamento de Estado de
los Estados Unidos se propuso adelantarse al siglo XXI, para adelantarnos a
todos de paso, y encargó un estudio acerca de cómo sería el mundo en el
tránsito secular. No acertaron del todo sus sabios, francamente, y se dejaron
por el camino predicciones como la oveja Dolly, el poderío de Nokia en los
primeros tiempos del móvil o el imperio del PC. También la ciencia ficción ha
cometido algún que otro lapsus en su anticipación: baste señalar los errores
publicitarios en la película Blade Runner,
donde se daba por hecha la pervivencia en Los Ángeles de 2019 de marcas como
Atari o Pan Am, la primera en franca recesión y la segunda desaparecida.
Es
natural, pues, que en el albor de esta edad convulsa nos preguntemos por cómo
seremos o nos serán. Y a ello se dedican severos informes y otros anticipadores
de mercados con afán de pioneros, conscientes de que quien dé primero dará dos
veces. Lo mismo que el público en general aguarda impaciente, entre la zozobra,
una senda por la que transitar no se sabe bien hacia dónde. Así hemos sabido
que la Fundación Bill y Melinda Gates [http://www.gatesfoundation.org/es]
ha publicado su Carta Anual, en la que
ha querido en esta ocasión avanzar cómo será la vida de los habitantes de los
países pobres del planeta dentro de quince años, una vez superada la frontera
de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos para esos tres lustros.
Pues bien, según ellos esa situación mejorará como nunca antes: las muertes
infantiles se reducirán a la mitad, se erradicarán más enfermedades que nunca y
África tendrá capacidad para alimentarse a sí misma. Sin embargo, de forma
simultánea, el Instituto para el Futuro de la Humanidad y la Fundación Retos
Globales han publicado otro informe, cuyo título es 12 riesgos para la
civilización humana [http://globalchallenges.org/publications/globalrisks/about-the-project/],
donde se enumera un listado de eventos que podrían acabar con la civilización e
incluso con la propia existencia del ser humano, desde el cambio climático o la
guerra nuclear hasta el lado oscuro de las tecnologías emergentes. En fin, todo
entre la filantropía y la catástrofe, como se puede observar y era de prever.
El
caso es que seguimos sin tenerlo claro una vez más. Ni lo mágico ni lo
académico nos proporcionan seguridad; al contrario, parecen más bien
condenarnos a un acto de fe entre unas y otras perspectivas. Y todo eso sin
entrar en cuestiones de índole cultural como las que inquietan a esta ventana.
También en eso reina el barullo y la incertidumbre. Tanto y tanta que el gurú
Verdú –ahora lo recuperamos- concluye: “Ni apocalípticos ni integrados puros.
En el mapa de la historia cultural conviven ríos cristalinos con aguas
emponzoñadas. De modo que ¿cómo sentenciar hoy, con el paradigma herrumbroso de
ayer, lo que es nocivo?”. Pues eso.
Publicado en Tam Tam Press, 1 junio 2015
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